El 12 de octubre fue el Día de la Hispanidad, un día al que los madrileños le tienen especial afecto. La ciudad se viste de rojo y amarillo y las calles se llenan de entusiastas para disfrutar de eventos tan conocidos como el desfile militar por el Paseo de la Castellana o el despliegue aéreo de las Fuerzas Armadas. Madrid se llena de banderas y de gente orgullosa de ser española. De ser parte de España, de la nación. Sin embargo, desde que estoy en esta universidad, me he dado cuenta de lo complicado que es definir qué significa pertenecer a un país. Nunca imaginé que la pregunta que más le costase responder a muchos de mis compañeros fuese tan simple como “¿de dónde eres?”. Personas que nacen en un país pero nunca se sienten sus ciudadanos. Otras que nunca han puesto un pie en la tierra de sus antepasados y se identifican más con este lugar que con cualquier otro. Celebrar días como éste lleva a la población a polarizarse casi sin darse cuenta. Cuantas más banderas saca la gente, más opiniones resulta que tienen. El concepto de patria separa a las personas, día tras día, tanto dentro de un país como entre varios y podemos apreciarlo en la actualidad. Tragedias como las que están sucediendo son ejemplos claros de cómo realmente los ciudadanos son quienes sufren las consecuencias de las acciones de sus gobiernos, totalmente fuera de su alcance.
La idea de la nación, del país y de la pertenencia han sido desde siempre una de las estrategias más utilizadas por los gobiernos para manipular a sus habitantes. A través de una falsa sensación de comunidad, son capaces de confundir a las personas, que solo buscan el sentimiento de pertenencia a un grupo, y convierten a ciudadanos lógicos en extremistas. La adoración de lo familiar aumenta y el rechazo a lo extranjero también, dando lugar a actos xenófobos y a conflictos irracionales.
Si el concepto de la patria hace tanto daño, ¿por qué deberíamos celebrar este día?
Dicho esto, me encanta ser española. Y la razón va mucho más allá que cualquier relación con España, un país que ni he escogido ni me ha escogido. España es mi cultura y eso es lo que debemos celebrar. Tras dos años en esta universidad, he llegado a la conclusión de que no eres de donde has nacido ni de donde digan tus papeles, sino de donde te sientes. Hay muchas personas que, habiendo estudiado en colegios americanos, se sienten estadounidenses sin haber vivido nunca allí. Hay otras que han vivido fuera toda su vida y aún así son españoles hasta la médula. No es un nación, no es un orgullo, no es nada de eso: es una conciencia. Recuerdos compartidos, tradiciones, historias que se repiten una y otra vez. España es un territorio, pero también es una cultura. Y no somos el gobierno, ni el estado, somos el producto de nuestras costumbres.
En los conflictos recientes, podemos ver cómo esta distinción ha acabado con la vida de inocentes. No nos echemos a la espalda batallas que no hemos empezado. Somos españoles, no España. España es un país, nosotros solo hemos acabado en él. No caigamos en la idea de que debemos servir a nuestro país para luchar por nosotros. Estoy contenta de ser española, porque me encanta cómo somos, lo abierta que es la gente, la comida y las fiestas. La euforia por haber ganado un partido de fútbol o las ganas de quejarse de todo siempre. La política y los líos, eso es otra historia.
“Cuanto más lejos estoy, más asturiano me siento”, citando a Melendi…. y es verdad. El día de la hispanidad está lleno de opiniones y puntos de vista, pero la esencia de nuestra cultura y de nuestra gente no se limita a cómo te ves ni a cómo hablas. Cuando alguien es español, se sabe, y no importa cuánto tiempo no haya vivido en España (ni siquiera si ha nacido aquí); siempre hay sitio para uno más. Los términos nación y patria llevan siendo utilizados por los gobiernos durante décadas, confundiendo a sus ciudadanos y polarizando personas que, al fin y al cabo, son de la misma sangre. Seamos la primera generación que no se deja llevar por la idea de pertenecer a un país, el mundo se lo merece.