Ciudad de la furia,
calor ardiente,
inviernos atípicos,
calles rebosantes,
paseos que despejan.
Recuerdo
mesas de domingo,
sábados de natación con mi hermana.
Recuerdo que
mamá trabajaba,
y papá nos llevaba.
Lunes a viernes,
horario caótico,
ballet sin cesar,
de un lado a otro,
íbamos
sin descansar.
Ciudad embriagante,
llena de secretos por descubrir.
Desde un laberinto
a un rosedal.
Barrios que me encanta ver,
Recoleta,
Palermo,
o Caballito,
mi cuna.
Queriendo llevármelos,
recuerdo que son parte
de lo efímero y lo fugaz
de un recuerdo.
Librerías recorridas,
cafés inolvidables,
rostros imborrables,
experiencias imperecederas.
Aterrizar es sinónimo de libertad,
de vivir,
de sanar,
de mi familia,
de los que no están
pero están,
desde allá arriba.
Acento distinguible,
caras conocidas,
calles nostálgicas,
el olor a pucho en el aire,
despertando lo conocido,
recuerdos revividos.
La comida de mamá,
los abrazos de la abuela,
y los chistes de papá.
Cosas que extraño,
que necesito
pero están lejos.
Imaginarlos se vuelve rutina,
pero una vez al año,
realidad.
Buenos Aires,
reunís lo bueno.
Aquello que amo.
Aquello que prende mi alma.
Conexiones profundas,
caos
y también
paz.
Todo entrelazado.
Entre mis pies está ese lugar,
donde reconozco mi ser,
mi fortuna al volver,
y lo triste de marcharse.
Tierra que todo me lo dio,
oportunidades únicas,
personas que se ganaron
el lugar más grande
de mi corazón.
🤍
A veces, recordar es agradecer. La familia, el refugio y el lugar son la esencia más grande de la felicidad.