Acudo a escribir sobre la felicidad. No sé que pasa por mi mente hoy, pero me surgen dudas después de leer un libro y cuestionar decisiones en mi vida. Hoy, la felicidad es una meta que los seres hablantes buscamos encontrar a largo plazo.
Es un poco imprudente pensar que nacemos obteniendo todo de inmediato, sin ninguna espera. Por ejemplo, cuando éramos chicos y llorábamos, teníamos el cariño de nuestros papás, o cuando teníamos hambre, nos alimentaban con rapidez. Sin embargo, el paso del tiempo nos enseña a aguardar, a prolongar lo que viene a ser la felicidad. Otro ejemplo, llegar a casa después una larga jornada. Venimos con hambre, cansados, y nos toca ponernos a cocinar, empezamos lavando y cortando las verduras, después cocinándolas y, al final, sirviéndolas. En la adultez no obtenemos la felicidad de inmediato, sino que transitamos un proceso para recién podernos sentar y comer nuestro plato.
Creo que, como humanos, estamos acostumbrados a esperar. A interponer la esperanza, el deseo y la procastinación porque pensamos que tenemos que inmovilizarnos para conseguir la felicidad. Parafraseando a un psicoanalista argentino, el Lic. Gabriel Rolón, la esperanza la utilizamos con la intención de “esperar” para obtener todo aquello que anhelamos y para encubrir todos nuestros baches. Pero, en el fondo, sabemos que no es así. La felicidad no va a llegar con tan solo esperar y procastinar.
Hay quienes debaten que la felicidad no existe, otros que creen que sí y algunos piensan que es la instantaneidad, es decir, vivir el presente. Otros plantean que es una meta imposible de alcanzar. Algunos otros piensan que la esperanza depositada en el hoy traerá felicidad más adelante. Pero más adelante está la muerte, los fantasmas y lo imprevisto.
Por esto, creo que conviene desplegarse, animarse a saltar y nutrirse más del “aquí y ahora.” En donde no existen los mañana ni los ayeres, porque lo más valioso son los pequeños momentos.
La fe también juega un papel fundamental, porque es una forma sincera de alcanzar la felicidad, pero tiende a poner en prueba lo más innato del ser humano, la razón. Es saltar al vacío, confiar y renunciar a las explicaciones y lo racional del ser humano.
Esperar significa procastinar. Alejarnos de aquello que nos nutre y responsabiliza en el futuro. Porque lo eludimos y lo tornamos en algo disponible para “mañana.” Y realmente la felicidad es transitoria, no eterna.
Debo decir que, reflexionando, entendí que la felicidad no es un estado permanente. Soy consciente de que es una serie de altibajos, pero esta meta reside en los momentos cotidianos: una llamada de dos horas con tu amiga a distancia, leer en la cama con lluvia, salir a trotar y ver el río, y mil más. También la fe me ayuda a entender que todo pasa por algo, que confíe en el proceso y suelte. En resumen, la felicidad para mí se basa en el tiempo. En que no tengo que esperar a mañana para hacer lo que me gusta, sino que tengo que hacer hoy lo que me nutre y me potencia. En estos tiempos vertiginosos, la felicidad se vincula con la capacidad de espera, cuando realmente debería ser el ahora.
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