El sistema internacional actual es el producto de una historia compleja, un entramado forjado por guerras, luchas de poder y confrontaciones ideológicas. Tras la Segunda Guerra Mundial y la derrota de la Alemania nazi, un nuevo orden mundial surgió de las cenizas de un pasado violento y oscuro. Los aberrantes crímenes cometidos durante este conflicto tuvieron un impacto sin precedentes en la conciencia colectiva, lo que llevó a la creación de las Naciones Unidas (ONU), un órgano encargado de velar por la seguridad global y evitar futuras confrontaciones a gran escala.
La estructura de la ONU, con su Consejo de Seguridad compuesto por cinco miembros permanentes, fue diseñada para otorgar poder de veto a las potencias victoriosas de la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos, la Unión Soviética, China, Reino Unido y Francia. Este sistema ha sido un pilar fundamental en la distribución de poder durante décadas, reflejando una nueva realidad a nivel internacional. La Guerra Fría y la confrontación entre Estados Unidos y la Unión Soviética consolidaron aún más este sistema bipolar, moldeando las políticas y alianzas de múltiples países durante gran parte del siglo XX.
El colapso de la Unión Soviética en 1991 transformó radicalmente el orden mundial, con Estados Unidos emergiendo como la única superpotencia y asumiendo un papel hegemónico en el escenario global. En su rol de «policía mundial», Estados Unidos impulsó el Consenso de Washington, promoviendo principios fundamentales como la liberalización económica, la privatización y la desregulación estatal. Organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial se consolidaron como vehículos para difundir estos principios a nivel global, facilitando reformas económicas en países en desarrollo, a menudo bajo estrictas condiciones de liberalización y privatización.
Sin embargo, las crisis recientes, como la recesión económica de 2008, han expuesto las grietas de un sistema que, aunque eficaz tras la Segunda Guerra Mundial, no ha logrado adaptarse a la realidad de un mundo globalizado. Actualmente, somos testigos del resurgimiento de un orden multipolar. Los BRICS, compuestos inicialmente por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, han surgido como una coalición político-económica entre las grandes economías emergentes, representando un desafío formidable para el orden mundial establecido. En 2022, la cuota de los BRICS en el PIB mundial alcanzó el 31,6%, superando la de las economías del G7 (29,9%). Desde el 1 de enero de 2024, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Etiopía, Arabia Saudita y Egipto se unieron a esta coalición, lo que según algunas proyecciones podría representar el 33,6% de la producción mundial en 2028, en comparación con el 27% del G7.
Por otro lado, muchas economías emergentes argumentan que instituciones como el Consejo de Seguridad de la ONU no reflejan adecuadamente las realidades del mundo actual, donde países como India, Brasil y Sudáfrica carecen de representación. De manera similar, el FMI y el Banco Mundial han sido criticados por imponer políticas económicas que no siempre consideran las necesidades específicas de los países en desarrollo. En este contexto, el ascenso de China como potencia económica global ha introducido modelos alternativos de desarrollo, como el Consenso de Pekín. Este enfoque contrasta con las estrictas condiciones económicas y políticas que las instituciones financieras occidentales imponen a los países en desarrollo. Al invertir en proyectos de infraestructura y ofrecer préstamos sin las exigencias del FMI o el Banco Mundial, China se está posicionando como un actor clave en regiones como África y América Latina.
Asimismo, la guerra en Ucrania ha puesto de manifiesto las tensiones latentes en el sistema internacional y ha expuesto la fragilidad del orden establecido. Las sanciones económicas impuestas a Rusia han subrayado aún más las limitaciones de la influencia occidental. Mientras que Estados Unidos y sus aliados implementaron sanciones para aislar a Rusia económicamente, actores clave como China e India han mantenido sus relaciones comerciales con el país. Por lo tanto, la efectividad de estas medidas es reducida, ilustrando un momento crítico en la distribución de poder en el escenario global. La guerra ha revelado la creciente debilidad de Occidente, evidenciando la discrepancia entre las realidades actuales y los vestigios de un pasado hegemónico.
El sistema internacional actual se encuentra en una encrucijada, marcado por el declive de la hegemonía occidental y el ascenso de nuevos actores. A medida que potencias como China e India ganan protagonismo, la comunidad internacional enfrenta el desafío de adaptarse a un mundo multipolar con sus inherentes complejidades. Así, el futuro del sistema internacional estará definido por la interacción entre las potencias establecidas y las economías emergentes, lo que podría conducir tanto a una época de conflicto e inseguridad como a una era de inclusión y cooperación entre naciones. En última instancia, el porvenir del orden mundial dependerá de sus protagonistas, de la dinámica que se establezca entre ellos, y de su voluntad colectiva para construir un mundo más equitativo y sostenible.