Las declaraciones ante el diario The Guardian en las que el ministro de Consumo Alberto Garzón afirmó que “España exporta carne de mala calidad proveniente de animales maltratados” no han dejado indiferente a nadie.
Como era de prever, las declaraciones del ministro fueron tergiversadas, magnificadas y exprimidas todo lo posible por parte de la derecha española para sacar rédito político de la indignación de buena parte de la sociedad española, especialmente en el marco de la campaña electoral de Castilla y León donde la ganadería juega un papel fundamental en la economía.
En el PSOE las declaraciones fueron recibidas como un jarro de agua fría que acentuaría aún más las diferencias existentes entre los distintos partidos que conforman la, cada vez más inestable, coalición de gobierno.
Pero hay algo que es común a prácticamente todas las declaraciones y opiniones vertidas sobre este asunto: la visceralidad y superficialidad con el que se ha tratado; evitando manifiestamente abordar el fondo de la cuestión, que es la existencia o no de un problema con el modelo de explotación ganadera.
Garzón considera que efectivamente hay un problema con el modelo de explotación ganadera actual, un punto de vista legítimo y que podría haber sido objeto de una interesante sesión parlamentaria. Sin embargo, en un alarde de estrechez de miras y falta de visión estratégica, considera que la mejor opción no es iniciar un debate a nivel interno sino manifestar esta opinión en calidad de ministro de Consumo ante uno de los principales periódicos británicos; atacando frontalmente a un sector que no solo representa el 1,2% del PIB nacional, sino que es uno de los pocos motores económicos con los que cuenta la España vaciada.
Es de especial importancia remarcar un aspecto que ha pasado inadvertido por muchos analistas: la pretensión de eliminar por completo la ganadería intensiva, y depender exclusivamente de la extensiva; resultaría en un aumento sin precedentes del precio de la carne, haciendo que esta vuelva a ser un “privilegio de clase” al alcance solo de los bolsillos más pudientes. Paradójicamente nos encontramos una vez más (como ya ocurrió con la propuesta del impuesto al diésel), con comunistas defendiendo políticas verdes que perjudican a los más vulnerables, los cuales se verán obligados al consumo exclusivo de casquería o incluso de carne sintética, lo cual quizá sea el fin último de su estrategia.
Pero para hacer honor a la verdad, conviene aclarar las declaraciones del ministro sobre la carne española, si bien es cierto que llegó a afirmar que España exporta carne de mala calidad, esta afirmación no hacía referencia al conjunto de carne española, sino exclusivamente a aquella producida en “macrogranjas”. Este no es un matiz menor, puesto que teniendo esto presente, las palabras del ministro pasan de ser un despropósito, a poner de manifiesto una realidad de la que no muchas veces se habla: en la mayoría de las explotaciones de ganadería intensiva no se tiene en cuenta el bienestar animal y esto repercute directamente en la calidad de su carne.
El origen del problema de la ganadería industrial, centrada en maximizar la producción, se encuentra en que este modelo de explotación se preocupa exclusivamente de las necesidades objetivas de los animales descuidando por completo sus necesidades subjetivas. Es decir, estos animales tienen cubiertas sus necesidades vitales, pero, por el contrario, son incapaces de seguir sus instintos animales
Animales de granja como cerdos y gallinas tienen instintivamente la necesidad de reconocer el territorio que les circunda, instinto que ven obligados a reprimir al pasar todas sus vidas en espacios muy reducidos y en algunos casos minúsculos. Por no hablar del fuerte instinto maternal que caracteriza a todos los mamíferos, que de nuevo ha de ser reprimido; pues es una práctica muy común en este modelo de explotación, separar a terneros y lechones de sus madres desde el momento de su nacimiento. Estudios recientes en la materia basados en los experimentos realizados en la década de los 50 por el psicólogo estadounidense Henry Harlow, han demostrado que los animales sometidos a esta serie de prácticas tienen típicamente síntomas de frustración aguda alternada con desesperación extrema.
Ante lo anteriormente expuesto, quizá al lector le dan ganas de volverse vegano, una alternativa respetable, sin duda; pero aspirar al vegetarianismo generalizado como solución al problema es tan utópico como pretender un abandono generalizado del consumismo en aras de la sostenibilidad. Lo que sí es más razonable es esperar que ya que estos animales son criados específicamente para el consumo humano, al menos se les garanticen unos ciertos estándares de calidad de vida.
La alternativa más efectiva pasa por visibilizar y concienciar sobre lo que ocurre día a día en este tipo de granjas. El fin último de estas campañas ha de ser el de crear consumidores responsables que tengan en cuenta el bienestar animal en el proceso de compra. Cuando estas preferencias se generalicen, serán las propias empresas las que adaptarán su modelo de explotación a las nuevas demandas de bienestar animal, del mismo modo que lo hicieron cuando el consumidor se empezó a interesar por los productos ecofriendly.
La última palabra en el bienestar de los animales de granja la tenemos nosotros.