A principios del siglo XX, en Europa presidían las ideologías del nacionalismo y militarismo. Durante las décadas anteriores, las potencias europeas se habían estado preparando para enfrentarse a conflictos bélicos internacionales. Además de haber aumentado exponencialmente sus ejércitos, establecieron alianzas, aumentando así la polarización y la tensión en el continente, lo que finalmente derivó en dos guerras mundiales.
Debido a su política radical, Alemania fue la nación protagonista de dichos conflictos. Numerosos pensadores alemanes expresaron su postura, entre los que destacó Hannah Arendt, filósofa de origen judio. Arendt escapó del régimen nazi y se estableció en Estados Unidos, donde se incorporó a la revista New York Times. Como corresponsal de la misma, fue enviada a documentar en 1961 el juicio de Adolf Eichmann. Este fue Obersturmbannführer (teniente coronel) de las SS o Schutzstaffel, encargadas, entre otras funciones, de la ejecución de los judios en los campos de concentración.
Tras reflexionar sobre los eventos del Holocausto, Arendt publicó Eichmann en Jerusalén en 1963, en un contexto en el que la sociedad estaba tratando de comprender los actos atroces del régimen nazi. Sin embargo, la obra suscitó críticas por su singular enfoque al analizar el papel de Eichmann y la naturaleza del mal.
El ensayo filosófico Eichmann en Jerusalén se centra en la culpabilidad de las acciones de Eichmann. Arendt le describe como un burócrata que simplemente cumplía órdenes de sus superiores, y así presenta su concepto de la banalidad del mal; el ser humano es capaz de cometer atrocidades sin reflexión ética ni crítica. Asimismo, expone la cuestión de la responsabilidad individual; Eichmann tuvo que plantearse la moralidad de sus acciones, al igual que los miembros de los Judenräte (consejos de judios), que colaboraron con los nazis. No obstante, la resistencia contra los nazis era un camino complicado debido a la pasividad judía, la falta de ayuda y la ignorancia internacional. Así, se ve obligada a preguntarse por la moralidad, y subraya la importancia de considerar la ética pues la falta de reflexión puede conducir al mal.
Para Arendt, existen dos tipos de pensamiento. Por un lado está el pensamiento del conocimiento, el que se tiene por naturaleza; es una racionalidad que se preocupa por los medios, no los fines. Así, Eichmann se preocupaba exclusivamente por las acciones o instrumentos que le permitían cumplir su objetivo («… sino que tan solo se concertaron para planear las medidas precisas a fin de cumplir las órdenes dadas por Hitler»). Por otro lado se encuentra el pensamiento que juzga las cosas, es decir, una crítica que se preocupa por los fines. Este tipo de pensamiento no estaba presente en Eichmann, ya que carecía de la capacidad de pensamiento y, por lo tanto, no cumplía en totalidad la definición del ser humano, que abarca ser capaz de reflexionar por cuenta propia y juzgar. Al pensar en sus crímenes, Eichmann sólo era capaz de repetir eslóganes nazis que tenía grabados en la mente («Eichmann únicamente recordaba uno de estos eslóganes, y lo repetía constantemente…»). Por lo que su inclinación hacia el mal no era voluntaria, sólo consecuencia de no pensar. A esto llama Arendt la banalidad del mal, el hecho de que algunos individuos actúan sin reflexionar.
El mal no fue cometido por Eichmann, fue solo una repercusión de los eventos anteriores, más concretamente de Hitler. Sin embargo, a este último tampoco se le puede culpar, ya que fue elegido justamente por el pueblo alemán. Sin embargo, ellos fueron sometidos a una manipulación de la mente… En definitiva, un círculo vicioso. En verdad, la “culpa” la tiene el ser humano.
Independientemente de los bandos y sus motivaciones, el mal siempre va a regir el comportamiento humano frente a conflictos sociales o religiosos. Asimismo, la justicia nunca llegará a cumplir su fin.El origen del mal no se puede determinar, solo su apariencia en ciertos individuos, como ocurre con Eichmann. El problema principal de este sistema es que la verdadera motivación, la que provoca el mal, se deja libre.