El negocio del odio

En la víspera de elecciones estadounidenses, el tiempo se distorsiona. Las veinticuatro horas de este día logran caber en lo que se tarda en lanzar una moneda al aire mientras todos aguantamos la respiración. O yo por lo menos, aunque confío en no ser el único. Se me tachará de occidentalista por darle tanto peso a este día, y puede que lo sea, o tal vez sean mis lazos personales con la nación americana los que me urgen a dedicarle tanta atención. Solo sé que nunca han habido ni tanta tensión ni tanta incertidumbre; nunca estuvo el gato tan muerto ni tan vivo a la vez como en estas veinticuatro horas. Es un punto de inflexión, y nuestro futuro será muy distinto en base a la cara que salga en la moneda.

Aunque lo que interesa son justamente los futuros y las posibles consecuencias, hoy quiero mirar al pasado y al contexto. Nuestra situación cobra sentido cuando nos remontamos dos ciclos electorales, y no me refiero únicamente a Estados Unidos. A la victoria de Trump en 2016 se le sumó el Brexit ese mismo año, del que también hemos tenido eco este verano con la alternancia política en el Reino Unido. Personajes como Donald Trump, Nigel Farage, Marine Le Pen o Santiago Abascal han retomado el protagonismo en 2024 con un lavado de cara y el aval de sectores más amplios de las sociedades occidentales. Pero la buena noticia es que después de ocho años ya empiezan a flojear, porque se les ha visto el plumero. Todos estos personajes operan con el mismo modelo, y resulta que es un modelo de negocio.

Siendo estudiantes de una escuela de negocios, me parece oportuno analizar al populismo moderno como una empresa en toda regla. Una empresa con inversores, costes e ingresos, pero también con producto, mensaje y marca. Que los partidos de derecha populista hayan adoptado una filosofía empresarial me parece intuitivo, ya que se rigen por ideas extractivistas y de imposición por la competencia. Lo que me llama la atención es que lo hayan hecho todos, y que los matices nacionalistas que tuvieron en su día se hayan abandonado a favor de una convergencia global en un único discurso. La receta de Trump, resumida en relativismo, proteccionismo y antipolítica, con una pizca de autoritarismo, ha creado el mercado del odio. Y por eso hoy hay tanto en juego, porque la burbuja de intolerancia puede por fin estallar.

El arte de la oferta

Como todo lo bueno, esta historia se remonta al capitalismo salvaje del Nueva York de los 70. Si algo consigue la película The Apprentice es capturar la estética y los valores de aquella lejana sociedad, loba capitolina de un joven Donald J Trump. La ley de la jungla es a lo que quiere volver el expresidente, nostálgico de su época de impunidad. Hoy por hoy, esto es lo que representa la marca Trump, que ha logrado seducir tanto a una población masculina que quiere volver a ser impune, como a los jefes de estado que rompen el derecho internacional y no quieren rendir cuentas. El hecho de que esto surja en la era de la información, cuando toda una generación ha crecido en espacios de anonimato donde las consecuencias no existen, no es una coincidencia. El apoyo de Elon Musk y Peter Thiel es sintomático de un proyecto con aranceles pero sin barandillas, The Apprentice 2 ambientada en Silicon Valley.

Abordar las esferas digitales y cómo han radicalizado a nuestra generación me daría para otro artículo entero, pero no es nada que no se haya tratado en cantidad y en calidad. Mi aportación a este debate es señalar que lo que era un caldo de cultivo en 2016 ahora es un jarabe. Los populismos occidentales y sus distintos padrinos antiliberales han refinado y sintetizado la fórmula para captar votos, embotellada para el consumo de su target. La filial europea de esta empresa ha tenido su propio rebranding de verano, adoptando el nombre Patriotas en el europarlamento. Venden lo mismo y operan igual, como huevos en la misma cesta, lo que nos facilita mucho la tarea de desenmascararlos a todos juntos.

En el contexto europeo, no es solo su manera de operar en clave abstracta, sino que hay partidos de derecha radical registrados como empresas privadas, por ejemplo Reform UK de Nigel Farage. Esto impide cualquier tipo de democracia interna, pero no parece importarle a las bases. Sus votantes defienden una solución proteccionista a la inmigración, mejores servicios públicos, una lucha cultural ligada a la ansiedad demográfica y una tendencia hacia la seguridad frente a libertades y derechos sociales.

En Vox la situación es parecida, pero no por ser una empresa privada sino por la jerarquía interna. La cúpula ejecutiva ha optado por entrar de lleno en el mercado del odio, un modus operandi que Abascal ha dejado en evidencia al abandonar al PP en cinco gobiernos autonómicos y a Meloni en Europa. Los Patriotas han apostado por no tener responsabilidades para seguir jugando a la antipolítica, además de unirse a nivel europeo y tener línea directa con Washington en el caso de que gane Trump. Una victoria de Harris supondría, por lo tanto, el golpe de gracia para esta marca neoconservadora. En esta derecha que no gobierna marca la agenda la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, aprovechando el veto de Viktor Orban y con Jordan Bardella a la cabeza del grupo (de hecho, el partido francés se encuentra ahora mismo imputado por malversación, utilizando de nuevo a la política como motor económico). Sin embargo, el peso parlamentario Patriota en Francia, Austria o Países Bajos aún les permite marcar prioridades con su abstención.

Tonos de azul

La cristalización del populismo en un único ente ha producido un efecto parecido en el centro derecha, especialmente en Europa. La segunda comisión Von der Layen está compuesta al 85% por la derecha europea, incluida la propia presidenta, cinco carteras liberales, una cartera Patriota, y una vicepresidencia nominada por Meloni. La legitimidad obtenida por la Primera Ministra italiana en el seno de la UE también refleja el estado actual de la derecha occidental. El G7 celebrado en la Península Itálica es la foto de familia perfecta, con el eje liberal de Francia y Estados Unidos y las derechas europeístas de Meloni y Von der Layen. Esta es la nueva marca de la derecha moderna, con rasgos nórdicos y marcadamente atlanticista. 

El hecho de incluir a Meloni en la coalición indica hasta dónde está dispuesta a llegar esta derecha para imponer el orden. Pese a sus incoherencias ideológicas, Meloni ha logrado estabilizar la política nacional italiana al concentrar el voto en dos partidos, abriendo una nueva era de bipartidismo con el PD a la vez que se modera bajo las limitaciones de su cargo público. El europeísmo y el pragmatismo son dos elementos clave de esta coalición de derechas, y Michel Barnier es el personaje más representativo de dicha corriente al liderar un gobierno de conservadores y neoliberales. En su totalidad continental, esta coalición cuenta con 343 voces en el parlamento europeo. Su consolidación viene por contraste y rechazo al populismo Patriota, que también tiene peso como tercer grupo en la cámara europea y contra el cual considero que la nueva derecha delimitará su propio cordón sanitario.

Al otro lado del charco, la gran coalición azul tiene sus propios matices, pero todo Europeo sabe que el partido demócrata está más cerca del EPP que de cualquiera de nuestras socialdemocracias. Una victoria demócrata estaría en sintonía con la previamente definida derecha europea, y tendrían el interés común de mantenerse como aliados preferentes. El fin de las guerras, la transición energética y la inversión en tecnología requieren capital americano, especialmente desde la publicación del informe Draghi. Este plan Marshall 2.0 conllevará impuestos y recortes, algo que no le conviene afrontar a los partidos socialistas y que le supondrá un importante coste electoral a los Patriotas que avalaron a estos gobiernos de austeridad. Sin embargo, los niveles de deuda, el estancamiento tecnológico y la pobre productividad son problemas que debemos solucionar urgentemente, por lo que hacerlo en un marco liberal centrado en el orden y la cooperación es un mal menor.

Quiebra

Ahora viene la parte donde me mojo. La moneda ha sido lanzada con un suave tin y se encuentra dando vueltas por el aire. Antes de que caiga, mi análisis personal me lleva a creer que Kamala Harris ganará estas elecciones, pero por un margen muy incómodo. Puede que no conozcamos el resultado definitivo incluso hasta el fin de semana, porque seguramente habrán recuentos y objeciones. Os animo a seguir de cerca tanto el escrutinio para el Congreso y el Senado como el presidencial, ya que si hay sorpresas serán en el reparto de dichos asientos. Pero a pesar de todo lo que hemos visto hasta la fecha, desde intentos de asesinato y la retirada de Biden hasta comentarios y gestos durante la campaña, creo que estas elecciones se decidiran por un puñado de votos en Pennsylvania, donde el voto latino e independiente (por el momento inclinado hacia Harris) sera decisivo en quien acaba en la Casa Blanca.

Ya va siendo hora de cerrar este capítulo de antipolítica y menosprecio. Es cierto que de irse Trump, no desaparece su creación, pero si se queda, será un balón de oxígeno para aquellos que fomentan el odio en nuestras sociedades. Volverá a ser un referente para aquellos que buscan salirse con la suya, que abusan del poder y no quieren que existan las consecuencias. En muchos casos, esto se consigue haciendo que dejen de existir aquellos que se las recuerdan; aquí yace el verdadero peligro de estos personajes. 

Se dice que Freud fue tan poco serio en sus investigaciones y desarrolló teorías tan ridículas que inspiró a toda una generación de psicólogos a desmentirle. Puede que esté siendo muy optimista con la próxima generación de cargos públicos, pero me gusta pensar que Trump tendrá un legado parecido.

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