Echo de menos mi infancia. Pero no es por la falta de responsabilidad o las muestras de cariño, sino por la curiosidad. No hay nada más bello que un niño que hace mil preguntas sobre el mismo tema, un niño al que se le agrandan los ojos cuando ve lo desconocido, un niño que inconscientemente busca la verdad. Ahora entiendo por qué los padres responden con desgana a tal preguntas; ¿cómo van a mirar a esos ojos emocionados y decir que no saben la respuesta?
Para bien o para mal, la verdad es inalcanzable (como esconden los padres), pero el no saber nuestro propósito en el mundo no es razón para ignorar nuestra espiritualidad. Tenemos que acercarnos a la verdad y para ello debemos dialogar, tal y como lo hacen los niños a diario. De manera más técnica, el diálogo filosófico o socrático –de Sócrates– es una forma de diálogo argumentativo cooperativo basado en preguntar y responder indefinidamente para estimular el pensamiento crítico.
Este afán por la búsqueda de la verdad, tan presente en los niños, no es nuevo. A lo largo de la historia, han existido figuras que se dedicaron a cuestionar el mundo que los rodeaba, buscando respuestas más allá de lo aparente. Uno de los momentos más destacados de esta búsqueda filosófica ocurrió en la Grecia del siglo V, que se vio afectada por el éxito bélico de las Guerras Médicas. Al final, como el mérito se atribuyó a la colaboración de todos, se consagró un modelo que hacía compatibles los valores tradicionales de la aristocracia con la participación libre de todos los ciudadanos.
Esta participación fue un factor de cambio muy importante en la paz. Todos reclamaban un puesto de pleno derecho en el gobierno de la nueva sociedad. No obstante, la batalla se libró en la ciudad, donde era necesario el saber práctico del discurso y de la elocuencia. “El que sabe y no se explica claramente es como si no pensara”, afirmaba Pericles.
En este contexto, el saber se convirtió en una fuerza social: era importante saber para dominar, para convencer de las propias opiniones. Estas circunstancias hacen comprensible la buena acogida del saber práctico que ofrecieron los sofistas (extranjeros que vendían su conocimientos, como retórica, historia u otros). Sin embargo, el gran problema de los sofistas era su visión relativista que contradecía el principio de isonomía propuesto por la democracia; ellos afirmaban que la justicia dependía de quien defendiese el argumento, no de su contenido.
Así, Sócrates intentaba picar a los sofistas a base del diálogo filosófico o socrático. Su primera parte, la ironía, era un enfrentamiento argumentativo entre un Sócrates ignorante y un sofista, hasta que este último llegase a su propia contradicción. En la segunda, la mayéutica, ambos pasaban a ser colaboradores y juntos ofrecían definiciones temporales, pues la verdad universal no se deja definir y existe únicamente como objetivo.
Posteriormente, acusaron a Sócrates de corromper a los jóvenes y de impiedad, y se le condenó a muerte a latigazos. Él mismo no creía que su condena fuese justa pues enseñaba a desarrollar el pensamiento crítico; por ello, en un momento determinado, tuvo la oportunidad y se suicidó.
Al fin y al cabo, la filosofía es el punto medio entre la ignorancia y la verdad. Por tanto, al igual que los niños, nos deberíamos aburrir y llenar nuestra mente de interrogantes aunque no tengan respuesta. Al mantener viva nuestra curiosidad, nos acercamos a una mayor comprensión del alrededor. Debemos aprovechar la oportunidad, ya que Sócrates y otros muchos murieron por enseñarnos cómo crecer como personas.
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