¿En algún momento del día te has parado a pensar cómo te sientes? Si no lo has hecho, seguramente se deba a tener demasiadas cosas en la cabeza, mucha carga de trabajo, falta de concentración o diversas distracciones, entre otros motivos. En otras palabras, tendemos a dejar de lado la introspección y el cuidado personal.
Una notificación de WhatsApp. Vaivén de coches. Trasiego de transeúntes. Nuestros sentidos están constantemente recibiendo estímulos externos. Muchos de ellos son fácilmente ignorados por el cerebro dada su frecuencia y cotidianeidad, como el gorjeo de un gorrión o el balanceo de las hojas de los árboles. En cambio, la cultura de la hiperproductividad nos bombardea con estímulos más difíciles de asimilar. La “obligación moral” de estar constantemente ocupados y realizando (multi)tareas da lugar a sobrecarga y ansiedad. Nuestro esfuerzo se dedica a tareas externas, desatendiendo la introspección y dedicación a uno mismo.
Por otro lado, la disminución de nuestra capacidad de atención contribuye a empeorar el bienestar. En el año 2000, el intervalo de atención medio era de 12 segundos. Quince años más tarde, es de 8’25 segundos. Es decir, somos capaces de prestar atención durante menos tiempo que un pez dorado. Esto implica desviar continuamente la atención de un estímulo a otro, sin necesariamente haberlo procesado por completo. La sobrecogedora cantidad de estímulos que recibimos a diario, el afán de ser productivos y multitarea y nuestra limitada atención impiden desconectar y centrarse en uno mismo.
La interacción con las redes sociales es otro impedimento para el análisis interno. En los breves momentos de pausa en los que podemos disfrutar de la tranquilidad y el silencio, solemos recurrir a la gratificación instantánea que proporcionan las redes sociales. Esta inmediatez es dañina, puesto que afecta negativamente a la capacidad de atención y la desvía de la oportunidad de conectar con nuestro yo interno. Además, la información que consumimos en estos medios suele ofrecer una imagen más bien distorsionada y utópica de la realidad. En caso de obsesionarnos, podría llevar a cuestionarnos nuestra propia imagen, identidad y forma de vivir basándonos solamente en factores externos.
Una consecuencia de interactuar con las redes sociales es prestar mayor atención a la opinión de los demás. Con la exposición al exterior surge la posibilidad de ser juzgados, cancelados y rechazados. Por ello y con el fin de evitar esta situación centramos nuestros esfuerzos en agradar a los demás, sin importar si nuestras acciones y pensamientos salen realmente de nosotros. Por tanto, sentimos por y para los demás, y no por y para nosotros.
La sobreexposición a estímulos, la cultura de la hiperproductividad, la reducida capacidad de atención, la influencia de las redes sociales y la priorización de los demás crean una sociedad en la que los individuos no son capaces de sentir adecuadamente. Sentimos poco porque no nos paramos a evaluar nuestro estado emocional. Y también sentimos demasiado porque, eventualmente, el cúmulo de emociones al que no habíamos prestado atención se materializa de golpe, siendo incapaces de lidiar con semejante avalancha. No hay una forma concreta de sentir bien; cada persona reacciona de manera distinta a los estímulos y dispone de herramientas particulares para gestionar sus emociones. Es imprescindible ser conscientes de estos escollos, no focalizarnos tanto en el exterior y trasladar esos esfuerzos a la introspección. Dedicar diariamente tiempo y atención a nuestro estado emocional es necesario para no sentir poco ni sentir demasiado.
Para, respira y pregúntate cómo te sientes en este momento.
Foto: Nik de Unsplash (https://unsplash.com/es/fotos/huevos-marrones-en-una-caja-LUYD2b7MNrg)