Ciclos finitos,
soles eternos,
noches de festejo,
copas como espejos.
Fiesta,
ecos despiertos,
desnudos paseos,
y sentimientos a flor de piel.
Compañías importantes,
y corazones latentes.
Vuelve la emoción,
las ganas,
el calor,
el amor,
y el deseo de renacer.
Ríos,
encuentros,
narrativas que se vuelven las más sublimes.
Mates al atardecer,
abrazos fragantes de margaritas
y besos tintos de champagne.
Se rumorea por ahí,
que lo arreglaste,
que emprendiste un nuevo ciclo,
que tocaste fondo
pero después la luna.
Afortunadamente, todo pasa;
el firmamento se torna iridiscente
y da comienzo a la estación propicia.
Las mejores noches recién estaban por desplegar
y sus corazones empezaban el capítulo
hacia lo sempiterno,
a lo perdurable.
Encuentros triunfantes,
caminos transitados,
puestas de sol,
mañanas de calor,
y noches con olor a sal.
Faltas, secuencias y desaciertos
fueron necesarios
para saltar.
Los sueños, ahora su nueva realidad,
con los que aspiraba
a conseguir su verdadera identidad.
Temporadas que inician,
estrellas que se pintan en sus ojos,
clicks en otros corazones
y conexiones a tres rayitas.
Nuevas temporadas,
ojos achinados,
viajes programados,
de conocidos a amigos,
colores inexplorados.
Puentes,
aliados,
y mucho que descubrir
después de tanta turbulencia.
Así se halla la serenidad del mar.
Tanta bruma todo lo despeja,
ciudades chicas
con calles encendidas.
De la furia a la paz,
como con las temporadas,
donde lo adverso se desvanece
y lo bueno todo lo inunda.
Es hora de honrar lo malo
para darle paso a lo inédito,
a los colores que aún no conocemos.
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