Cuando Alexander von Humboldt visitó Ecuador en 1802 para explorar el país, junto a otros de la región, manifestó que los ecuatorianos son “seres raros y únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste”. Si bien es una descripción que enaltece la frente y ensancha el pecho de todo ecuatoriano, no pienso que se trate de una descripción ajena a los otros países latinoamericanos. Somos un pueblo único, curioso, raro y unido, pero a fin de cuentas “pobre en medio de incomparables riquezas”.
¿Qué riquezas? Si se lo preguntamos a Humboldt, naturales, seguramente. Pero si se lo preguntamos a una madre de familia que ha perdido a sus hijos por COVID y que no se ha vacunado todavía, simplemente porque vive en las zonas más marginales de una ciudad, la respuesta posiblemente sea diferente.
Si consideramos que hay países como Nicaragua, Cuba o Guatemala, por poner un ejemplo, que todavía no reciben dosis de vacunas contra el COVID, los que provenimos de países donde el proceso de vacunación ya empezó deberíamos estar agradecidos de tener esa posibilidad, pero la realidad es otra.
En Perú, México, Argentina, Chile, Ecuador, Brasil, entre otros, el proceso de vacunación no se ha seguido en base a edades, grupos de riesgo, u otros factores médicamente relevantes, sino en base a la escala socioeconómica. Vamos, que el que tiene contactos se vacuna, por simplificarlo.
Se reveló que en Perú, desde septiembre del año pasado, más de 450 personas influyentes y sus familiares, como el expresidente Vizcarra o empresarios reconocidos, y hasta miembros de la Iglesia habían sido vacunados en secreto. En secreto, porque sólo así no es reprochable, ¿no? Porque ¿qué pensarían los más de 30 millones de peruanos cuando se enteren de este escándalo sabiendo que su país es 15º a nivel mundial en muertes?
En Ecuador, el ministro de salud Juan Carlos Zevallos fue fotografiado en la casa de salud donde vive su madre, proporcionando vacunas del primer lote que llegó al país. Todo esto cuando ni los médicos de hospitales públicos y privados, ni nadie que combata al virus en primera línea han recibido su vacuna todavía. Además, luego se conoció que no la había recibido solo su madre, pero su círculo familiar también. Los médicos, por el otro lado, prevén recibir la primera dosis, como mínimo, a finales del 2021. Cuando fue reprochado públicamente dijo, sin sangre en la cara, que “quién diga que no haría lo mismo está mintiendo” y que vayan a Perú los que quieran ver la lista de funcionarios públicos vacunados. ¿Y mencioné que no renunció a su cargo?
En Argentina, el escándalo fue similar al de Ecuador, con la diferencia de que el ministro sí renunció. Cuando un periodista mencionó que había calificado para ser vacunado junto a “amigos y buenos contactos” después de llamar personalmente al ministro para que lo ayude. Después de las investigaciones periodísticas se supo que además de este grupo, los familiares del ministro también habían recibido su dosis privilegiada, por lo que se vio obligado a presentar la renuncia después de que el presidente Fernández se la pidiera.
Si siguiera hablando de los escándalos vistos a raíz de la vacunación, no terminaría nunca, porque los corruptos e indolentes se encargan de seguir siendo noticia. No piensen que me olvido de Lord Vacuna, como se conoció mediáticamente al director de un centro médico que aprovechó para vacunar a su familia antes, o de los ancianos en Brasil que pensaban que recibían su dosis cuando en realidad simplemente les pinchaban el brazo con una jeringa vacía.
Entonces, mientras sigamos teniendo a políticos y gobernantes que trabajan para mejorar su condición de vida, y no la de sus gobernados, seguiremos siendo pobres en medio de incomparables riquezas.